sábado, 23 de junio de 2018



UN BENEFACTOR PÚBLICO

           
 Lo oí hace mucho tiempo, no sé dónde. En un pueblo pequeño, de esos que abundan en Castilla, cuando fallecía una persona, era costumbre que alguien del pueblo, dijera unas palabras en el funeral, sobre las virtudes del difunto. Un día murió el hombre con fama de malo y en la misa nadie se atrevía a levantarse, hasta que por fin, uno del pueblo, se armó de valor, tomó la palabra y dijo: “Demos gracias a Dios porque este hombre, con fama de malo, pudo hacer más mal del que hizo”.
            “Dos Pistolas”, Crowley, fue apresado El 7 de mayo de 1937 la ciudad de Nueva York, por ciento cincuenta agentes de policía. Él era uno de los criminales más peligrosos de la historia de neoyorkina. Mientras la policía hacía fuego graneado contra su departamento, escribió una carta dirigida: "A quien corresponda". Y al escribir, la sangre que manaba de sus heridas dejó un rastro escarlata en el papel. En esa carta expresó Crowley: "Tengo bajo la ropa un corazón fatigado, un corazón bueno: un corazón que a nadie haría daño".
            Crowley fue condenado a la silla eléctrica. Cuando llegó a la cámara fatal en Sing Sing no declaró, por cierto: "Esto es lo que me pasa por asesino". No. Dijo: "Esto es lo que me pasa por defenderme".
            Los criminales no se echan la culpa de nada. Tampoco se culpaba  Al Capone,  el mismo que fue Enemigo Público Número Uno, el más siniestro de los jefes de bandas criminales de Chicago, quien decía:  "He pasado los mejores años de la vida dando a los demás placeres ligeros, ayudándoles a pasar buenos ratos, y todo lo que recibo son insultos, la existencia de un hombre perseguido." Se consideraba , en cambio, un benefactor público: un benefactor público incomprendido a quien nadie apreció.
            Dutch Schultz, uno de los más famosos criminales de Nueva York, aseguró en una entrevista para un diario que él era un benefactor público. Y lo creía.
He tenido interesante correspondencia con Lewis Lawes, que fue alcaide de la famosa cárcel de Sing Sing, en Nueva York, sobre este tema, y según él "pocos de los criminales que hay en Sing Sing se consideran hombres malos. Son tan humanos como usted o como yo. Así raciocinan, así lo explican todo. Pueden narrar las razones por las cuales tuvieron que forzar una caja de hierro o ser rápidos con el gatillo. Casi todos ellos intentan, con alguna serie de razonamientos, falaces o lógicos, justificar sus actos antisociales aún ante sí mismos, y por consiguiente mantienen con firmeza que jamás se les debió apresar".
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