DALES DE COMER
«Él les contestó: Dadles vosotros de comer. Ellos le
dicen: ¿Vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de
comer?» (Mc 6,37).
Jesús
no lo consiente: «Él les contestó: Dadles vosotros de comer. Ellos le dicen:
¿Vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?» (Mc
6,37). Y él mismo se aplica a la tarea de alimentar a la muchedumbre: «Entonces
les mandó que se acomodaran todos por grupos sobre la verde hierba Y tomando los cinco panes y los dos peces,
y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los
iba dando a los discípulos para que se los fueran sirviendo. También repartió
entre todos los dos peces. Es cierto que, en esta narración de Marcos, Jesús se
vale de los discípulos —y quizás también de las discípulas— para distribuir la
comida. En general, la gente hizo caso y se acomodó sobre la hierba, hicieron
como él mandaba porque le creían y por eso fueron saciados. Aunque el relato
evangélico no lo dice debió haber algunos que mientras todo se organizaba
decidieran irse a los poblados porque no confiaban y por no tener «fe», es
decir «confianza» en Jesús se perdieron aquella «comida» que él preparó.
Jesús
se sirvió de este «lugar» universal del alimento compartido para prometer y anunciar la inauguración
del «Reino». La verdadera «materia» sacramental no es la «mesa». En este
ambiente de comida compartida en múltiples ocasiones realizó actos
significativos —quizás prefiguraciones de la Eucaristía que instituyó durante
su última Cena Pascual, poco antes de su muerte—, y en esas ocasiones no había
mesa presente: Por ejemplo, Mt 15,35; Mc 8,8; Lc 9,14-15 coinciden en que una
multiplicación de panes y peces ocurrió de improviso y que todos comieron
echados sobre la hierba. Invitando a compartir alimentos y aceptando compartir
la que ofrecen otros se crean ocasiones extraordinarias para construir, afirmar
y expandir comunidad y, por tanto, dar testimonio de Jesús y anunciar su
Evangelio. Jesús sentó el precedente de ello y tan seguro estaba de que
compartir la mesa era algo bueno que lo hizo desafiando convencionalismos y
arriesgándose a reproches y condenaciones que últimamente contribuyeron a su
condena a muerte por blasfemo. En efecto, fue causa de escándalo cuando
compartió mesa con publicanos, prostitutas y cobradores de impuestos, es decir,
aquellas personas que más frecuentemente eran consideradas marginales o
inaceptables en el Israel de su época. A menudo,
admitámoslo, igual que los discípulos preferimos el camino fácil, el de
despedir a la gente y abandonarles cada uno a su propia suerte, aunque sea
tarde y lo justificamos diciendo con cierto excesivo realismo que lo hacemos
para aumentar las posibilidades de que nadie se quede sin. Siempre podemos encontrar razones, mejores o peores para explicar
nuestra pereza e insensibilidad, nuestro desamor o nuestros miedos a las
críticas y los reproches.
Vivimos divididos. Hemos levantado muros para alejar a los
que nos molestan por su color, lengua o religión. No hay seguridad en nuestras
calles, no hay libertad de expresión. Hemos sacado a Dios de las escuelas, de
los hogares, de la vida pública. Vivimos en una sociedad que propicia el
hedonismo. Hemos caído en lo que Benedicto XVI llamó la «facilonería» de la
vida que nos embota la mente con egoísmo y apegos. Sufrimos de una gran
pobreza, ya que «la primera pobreza de nuestros pueblos es no conocer a Cristo»
(Teresa de Calcuta).
Uno de los grandes problemas de
nuestra humanidad es la cantidad de personas
que padecen hambre. Librar a la humanidad del hambre y la malnutrición
requiere no sólo habilidades técnicas, «sino sobre todo un genuino espíritu de
cooperación que una a todos los hombres y mujeres de buena voluntad», exhorta
Benedicto XVI. El Papa constató los obstáculos para acabar con el flagelo del
hambre: «conflictos armados, enfermedades, calamidades atmosféricas,
condiciones ambientales y desplazamiento forzoso masivo de población».
No se terminará el hambre en el
mundo ni habrá paz mientras no haya una mayor justicia social. Necesitamos la
paz, cierto, pero ésta sólo arraiga en la justicia. Todos, de alguna forma,
somos responsables del hambre de nuestros hermanos. ¿Cuándo lograremos que
todos puedan comer y saciar su hambre?
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