Desde los antiguos ermitaños que se
establecieron en el Monte Carmelo, Los Carmelitas han sido conocidos por su
profunda devoción a la Santísima Virgen. Ellos interpretaron la nube de la
visión de Elías (1 Reyes 18, 44) como un símbolo de la Virgen María
Inmaculada. Ya en el siglo XIII, cinco
siglos antes de la proclamación del dogma, el misal Carmelita contenía una Misa
para la Inmaculada Concepción.
El Escapulario es un símbolo de la protección de la Madre de Dios a sus
devotos y un signo de su consagración a María. Nos lo dio La Santísima Virgen.
Se lo entregó al General de la Orden del Carmen; San Simón Stock, según la
tradición, el 16 de julio de 1251, con estas palabras: «Toma este hábito, el
que muera con él no padecerá el fuego eterno».
También destaca entre las más antiguas
formas de culto, especial y necesario a María Santísima, que cooperan a que «al
ser honrada la Madre, sea mejor conocido, amado, glorificado el Hijo, y que, a
la vez, sean mejor cumplidos sus mandarniento» (L.G. 66). La celebración de la
Virgen del Carmen, 16 de julio, está entre las fiestas «que hoy, por la
difusión alcanzada, pueden considerarse verdaderamente eclesiales» (Marialis
Cultus 8).
«Este culto se convierte en camino a Cristo,
fuente y centro de la comunión eclesiástica» (M. C. 32).
Entraña, pues, la experiencia de unas
vivencias marianas y espirituales. Ya que «ante todo, la Virgen María ha sido
propuesta siempre por la Iglesia a la imitación de los fieles... porque en sus
condiciones concretas de vida Ella se adhirió total y responsablemente a la
voluntad de Dios» (M. C. 35).
La Virgen nos enseña a:
Vivir abiertos a Dios y a su voluntad,
manifestada en los acontecimientos de la vida.
Escuchar la Palabra de Dios en la Biblia
y en la vida, a creer en ella y a poner en práctica sus exigencias
Orar en todo momento, descubriendo a Dios
presente en todas las circunstancias
Vivir cercanos a las necesidades de
nuestros hermanos y a solidarizarnos con ellos.
Introduce en la fraternidad del Carmelo,
comunidad de religiosos y religiosas, presentes en la Iglesia desde hace más de
ocho siglos, y compromete a vivir el ideal de esta familia religiosa: la
amistad íntima con Dios en la oración.
Juan Pablo II, con una cordialidad no
menos entrañable que la de Pío XII, les ha escrito al Prior General de la Orden
de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María, Joseph Chalmers, y al
Prepósito General de los Hermanos Descalzos de la misma Orden, Camilo Maccise:
«También yo llevo sobre mi corazón, desde hace mucho tiempo, el Escapulario del
Carmen. Por el amor que siento hacia nuestra Madre celestial común, cuya
protección experimento continuamente, deseo que este año mariano ayude a todos
los religiosos y las religiosas del Carmelo y a los piadosos fíeles que la
veneran filialmente a acrecentar su amor y a irradiar en el mundo la presencia
de esta Mujer del silencio y de la oración, invocada como Madre de la
Misericordia, Madre de la esperanza y de la gracia». Estos nobles deseos del
Santo Padre, estoy seguro que son los deseos mismos de los organizadores de
este acto, los de todos los que habéis venido para participar en él, y los míos
personales».
No hay comentarios:
Publicar un comentario