QUE CREZCA LA ESPERANZA!
Cada día nos llegan noticias de guerras, robos,
violencia, muerte, paro, corrupciones constates por ansia de dinero o de poder,
etc. Los ancianos son internados en geriátricos y los niños crecen huérfanos.
Arden los bosques, se seca la tierra, no hay pan y agua para todos. Se orquesta
la mentira, hay pérdida de valores, se brindan nuevas esclavitudes. Aumentan la
increencia, el ateísmo, la indiferencia religiosa. El pansexualismo y el
capitalismo se han adueñado de muchos corazones.
Los tiempos
que vivimos son desconcertantes. Constatamos que, de una manera alarmante, crece la adicción,
la violencia doméstica, la pobreza, la promiscuidad sexual, las explotaciones
de todo tipo. La gente se
siente desorientada, insegura y sin esperanza. Por una parte vemos los avances
de la ciencia y la tecnología; por otra, experimentamos la imposibilidad de
luchar contra un sistema que nos domina y que produce injusticias, guerras,
desigualdades y pobreza. El egocentrismo encierra en sí mismas a las personas y
los grupos, reaparecen conflictos étnicos y actitudes racistas y xenófobas, y se
acrecienta la competitividad en el trabajo. Este desánimo genera miedo a
afrontar el futuro e impide tomar decisiones definitivas de por vida.
Tenemos
motivos para la queja, porque deseamos mucho y con impaciencia. Pero son precisamente
los momentos difíciles los que nos puede ayudar a esperar y a confiar.
Tenemos
que descubrir que la vida, tiene mucho de búsqueda e implica afrontar encrucijadas,
saltar al vacío, pero también es una fiesta, es ver todo lo que hay de hermoso
y bello en ella, y poder celebrarlo con ojos limpios y corazón sano.
Vivimos
en un mundo cambiante. Constatamos que valores de otros tiempos, instituciones
y pertenencias que se mostraban seguros, hoy ya no sirven. Todo cambian con
rapidez. No podemos acercarnos a una época de cambios profundos con la
mentalidad de otros tiempos. No nos sirven los esquemas de antaño. La realidad
fluye bajo nuestros pies. Puede invadirnos una sensación de vértigo, confusión
y miedo, como los discípulos en medio de la noche del lago de Galilea, vemos
nuestra pequeña barca amenazada por las olas. No hay que temer. Cuando descubrimos
a Jesús caminando sobre las aguas, y él sube a nuestra barca, entonces podemos
navegar hacia la tierra firme, donde se construye el reino de Dios. Sólo tendremos
que remar al unísono.
Puede ser que no
estemos mejor o peor que en otros tiempos, sino que no somos capaces de
distanciarnos de las cosas. El mal nos toca, nos llega de cerca. No podemos
aislarnos, los medios de comunicación han invadido nuestra vida y nos obligan a
respirar un aire viciado.
Hemos
perdido el sentido de Dios y de lo sagrado. Nuestra sociedad ha vuelto la
espalda a Dios, y, en consecuencia, vive sin sentido de lo sagrado. No vemos modelos
de bien hacer en ninguna esfera de la vida social. La familia está recibiendo
ataques en sus valores y se habla de que los jóvenes, en general, han perdido
los valores.
Pero es precisamente
aquí, en esta nuestra pobre y trágica realidad, donde tiene un gran papel la
esperanza. Vivir sin ella es un gran peligro. Es el peligro mayor, el de
sujetarnos sólo a la inmediatez de las cosas, tan caducas, tan leves, tan inconsistentes.
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