domingo, 25 de noviembre de 2018


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CRISTO REY

Cristo es Rey, Pastor, Maestro, Amigo...  El vive en cada ser humano.


Ese conmigo lo hicisteis es tan revolucionario, tan novedoso, tan inquietante, tan delicado, que puestos a decir, uno podría meter la pata al insinuar que Dios es  nosotros y nosotros somos Dios; pero ciertamente aquí late el entero misterio de la encarnación de Dios. No es una aproximación, no es una semejanza no es un como si se lo hiciéramos a él. Sí, a él se lo hacemos.  No hay diferencia, no hay semejanza, es una realidad, pero tan apabullante, tan maravillosa que apenas nos golpea el entendimiento. Porque acostumbrados a imaginar un Dios omnipotente, somos incapaces de descubrirle indigente. La mayoría rechazaría a un Dios necesitado, a un Dios encarnado en cada ser humano. Jesucristo es todo en todos y es bajo esa afirmación, que ya no hay ni hombre ni mujer, ni rico o pobre, ni extranjero o foráneo. 

Santa Teresa de Jesús siente a Cristo presente, con él padece, él es su norma de vida, a él le sigue. Ella aconseja nunca apartarse de la Humanidad de Cristo en la oración. Él es el Maestro, el que  escucha, a quien hay que mirar su vida para saberla imitar y traerle siempre consigo. Él es el maestro que dicta lo que escribe y muchas cosas no son de su cabeza, sino que se las dice su Maestro celestial.
Jesús es compañero, testigo de todo lo que vive. Y Teresa ve las manos y el rostro de Cristo,  la belleza de sus ojos,  escucha  sus palabras, y, finalmente,  ve a Cristo en su humanidad, con toda la belleza y gloria de su resurrección, captada por los ojos del alma. Cristo es el amigo y el amado que se hace presente,  se deja ver y oír, y lo siente muy claro, y que era testigo de todo lo que ella  hacía. Teresa ve, oye y goza de la presencia de Cristo, de un Cristo vivo y resucitado y como los apóstoles lo anuncian.

En cierta ocasión un hombre me confesó que su vida había cambiado radicalmente desde que había asumido con conciencia plena el hecho de la Encarnación. Sentía latir a Dios en los latidos de su corazón, respirar por sus pulmones, mirar por sus ojos y hablar por su boca. Sin saber cómo, sucedió lo impensable: los demás le miraban con admiración, con ojos sorprendidos. Su palabra llegaba directa al corazón de las personas e incluso en su misma profesión sucedían pequeños milagros cada día. Su vida cambió poniendo rumbo a la felicidad, porque ya ningún acontecimiento triste o desgraciado podía empañar la certeza de tener consigo a Dios y de encontrarle en cada rostro. Caminaba por las calles mirando a los ojos de los transeúntes y diciendo en su interior: eres importante para mí, yo te amo. CRISTO ES EL AMIGO QUE NUNCA FALLA.



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