CRISTO REY
Cristo es Rey, Pastor, Maestro, Amigo... El vive en cada ser humano.
Ese conmigo lo hicisteis es tan
revolucionario, tan novedoso, tan inquietante, tan delicado, que puestos a
decir, uno podría meter la pata al insinuar que Dios es nosotros y nosotros somos Dios; pero
ciertamente aquí late el entero misterio de la encarnación de Dios. No es una
aproximación, no es una semejanza no es un como si se lo hiciéramos a él. Sí, a
él se lo hacemos. No hay diferencia, no
hay semejanza, es una realidad, pero tan apabullante, tan maravillosa que
apenas nos golpea el entendimiento. Porque acostumbrados a imaginar un Dios
omnipotente, somos incapaces de descubrirle indigente. La mayoría rechazaría a
un Dios necesitado, a un Dios encarnado en cada ser humano. Jesucristo es todo
en todos y es bajo esa afirmación, que ya no hay ni hombre ni mujer, ni rico o
pobre, ni extranjero o foráneo.
Santa Teresa de Jesús siente a Cristo
presente, con él padece, él es su norma de vida, a él le sigue. Ella aconseja
nunca apartarse de la Humanidad de Cristo en la oración. Él es el Maestro, el
que escucha, a quien hay que mirar su
vida para saberla imitar y traerle siempre consigo. Él es el maestro que dicta
lo que escribe y muchas cosas no son de su cabeza, sino que se las dice su
Maestro celestial.
Jesús es compañero, testigo de todo lo
que vive. Y Teresa ve las manos y el rostro de Cristo, la belleza de sus ojos, escucha
sus palabras, y, finalmente, ve a
Cristo en su humanidad, con toda la belleza y gloria de su resurrección,
captada por los ojos del alma. Cristo es el amigo y el amado que se hace
presente, se deja ver y oír, y lo siente
muy claro, y que era testigo de todo lo que ella hacía. Teresa ve, oye y goza de la presencia
de Cristo, de un Cristo vivo y resucitado y como los apóstoles lo anuncian.
En cierta ocasión un hombre me confesó
que su vida había cambiado radicalmente desde que había asumido con conciencia
plena el hecho de la Encarnación. Sentía latir a Dios en los latidos de su corazón,
respirar por sus pulmones, mirar por sus ojos y hablar por su boca. Sin saber
cómo, sucedió lo impensable: los demás le miraban con admiración, con ojos
sorprendidos. Su palabra llegaba directa al corazón de las personas e incluso
en su misma profesión sucedían pequeños milagros cada día. Su vida cambió
poniendo rumbo a la felicidad, porque ya ningún acontecimiento triste o
desgraciado podía empañar la certeza de tener consigo a Dios y de encontrarle
en cada rostro. Caminaba por las calles mirando a los ojos de los transeúntes y
diciendo en su interior: eres importante para mí, yo te amo. CRISTO ES EL AMIGO QUE NUNCA FALLA.
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