AMAR Y PERDONAR SIEMPRE
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A los que me escucháis os digo: “Amad
a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os
maldicen, orad por los que os injurian” (Lc, 6, 27)
La misericordia
es el nombre bíblico del amor y del perdón. Del amor brota sentir compasión, ser misericordioso,
perdonar. Para que el amor sea misericordioso tiene que ser: gratuito, personal
y entrañable. Cuando se ama de verdad, se ama simplemente y se busca el bien
del otro. Y para que el perdón sea verdadero tiene que brotar desde el amor.
Sin él no hay verdadera paz ni bienestar social.
El
amor y el perdón, además de ser importantes y esenciales para nuestra vida, son
temas que interesan o deben preocupar a los seres humanos. El perdón es una
realidad que nos afecta a todos, porque, de alguna forma, siempre nos hieren o
herimos. Sabemos que el perdón es una decisión de la voluntad y es, sobre todo,
un proceso en el que entran en juego todas las facultades de la persona, aunque
no todos lo vivamos de la misma manera. Para que el perdón sea efectivo, se
requiere fortaleza, madurez y la gracia de Dios.
Cuando
médicos y pacientes comprendan el poder curativo del amor y del perdón,
habremos empezado a añadir a la medicina otra dimensión importante. Entonces,
sólo entonces, estaremos realmente en el camino de la gloriosa revelación
predicha por T. de Chardin en estas famosas palabras: “Algún día, después de haber dominado los vientos, las olas, las
mareas, y la gravedad, utilizaremos, en honor de Dios, las energías del amor.
Entonces, por segunda vez en la historia del mundo, el hombre habrá descubierto
el fuego”. Es cierto, el amor y el perdón curan y sanan y son las mayores
energías de que podemos disponer. Una de las peores enfermedades que nos
afectan es la falta de amor. El amor es salud. El odio, el rencor, el
resentimiento, la falta de perdón, siempre
nos enferman y nos causan muerte.
No
podemos negar que en nuestro mundo hay amor y odio.
El amor, muchas veces pasa desapercibido, en silencio,
aunque, a la larga, siempre produce sus frutos. Sin embargo,
el odio, el rencor, el resentimiento, se airean en los
medios de comunicación, se perciben, se mascan, en la palabra y en el gesto.
Cuando soplan los vientos del rencor, queda cierto hedor en el ambiente que
acaba con la paz y la alegría de los hombres más valientes. “El odio, como dice P. Nieva, es como el forro sucio del perdón y como
la avinagrada distancia de la que casi nunca se vuelve”.
Todos
tenemos razones para perdonar y para no hacerlo. Da pena constatar el tiempo y
energías que gastamos por no perdonar. ¡Cuánta vida se nos va en escarbar la
herida y no olvidar lo sucedido! No vivimos en paz el momento presente porque
no somos capaces de aparcar el pasado; por eso apenas disfrutamos de lo que
vemos, oímos o sentimos y nuestra vida se convierte en un penar continuo y nos
movemos entre la tristeza y el vacío, la inconstancia y el desaliento, el
desasosiego y la muerte.
La mayoría de las personas, desearíamos perdonar, pero,
a veces, nos falta motivación, fuerzas y la ayuda de alguien que nos eche una
mano. Aunque vemos todas las ventajas que nos trae pasar página, no nos decidimos a dar el paso, pues
constatamos que queremos, pero no podemos.
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