jueves, 13 de marzo de 2014

DIOS ES MISERICORDIOSO.

DIOS ES MISERICORDIOSO

 El día 5 de marzo iniciábamos el tiempo de Cuaresma con el Miércoles de Ceniza. Cuaresma es el tiempo en el que celebramos la misericordia de Dios. 

Dios es un Dios misericordioso. Su misericordia de Dios es desbordante, no la podemos medir ni comprender porque es infinita. La misericordia de Dios es universal, abarca a todo viviente, hasta los más rebeldes (Rm 11,30-32); su misericordia dura por siempre, aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará el Señor (Is 54,10); siempre perdona, destruye nuestras culpas, arroja al fondo del mar todos nuestros pecados (Mq 7,8). Él es clemente y misericordioso, tardo a la ira, grande en clemencia, y se arrepiente de castigar. Su misericordia es y llega a sus fieles generación tras generación (Lc 1,49) y nos dio vida con el Mesías (Ef 2,4).

El Salmista exalta las grandes misericordias del Señor, pues ama y consuela como una madre ama y consuela a sus hijos; protege a sus hijos como el águila a sus polluelos; perdona, cura, libera, colma de gracia y de ternura a sus hijos. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas (Sal 145,8-9), está pendiente de todos y los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre (Sal 33,18-19).

Dios es misericordioso. “Es propio de Dios usar misericordia; y en esto, especialmente, se manifiesta su omnipotencia” (santo Tomás). Y el mismo santo añade: “Se debe atribuir a Dios la misericordia en grado máximo, no por lo que tiene de pasión, sino por su eficiencia”. A Dios no le cuesta perdonar, es su oficio. “No es nada delicado mi Dios, no se fija en menudencias. No es nada minucioso para tomarnos cuentas, sino generoso; por grande que sea la deuda, no le cuesta perdonarla. Para pagarnos es tan mirado, que no tengáis miedo de que un alzar de ojos acordándonos de Él, deje sin premio” (Santa Teresa).

Si la bondad de Dios comunica los bienes a sus criaturas; la justicia de Dios concede los bienes en proporción a lo que corresponde a cada ser. Conceder los bienes y perfecciones para remediar las miserias y defectos de las criaturas, sobre todo en el hombre, es obra de su misericordia.

Juan Pablo II, que ya había escrito una Encíclica sobre la Misericordia de Dios, la “Dives in misericordia”, pronunció en Polonia una homilía en la consagración del santuario de la Divina Misericordia en la que decía:

“…Por eso, venimos hoy aquí, al santuario de Lagjewniki, para redescubrir en Cristo el rostro del Padre: de aquel que es ‘Padre misericordioso y Dios de toda consolación’ (2 Co 1,3). Con los ojos del alma deseamos contemplar los ojos de Jesús misericordioso, para descubrir en la profundidad de esta mirada el reflejo de su vida, así como la luz de la gracia que hemos recibido ya tantas veces, y que Dios nos reserva para todos los días y para el último día”.

Dios es misericordioso. “Sea su nombre bendito que en todo tiempo usa de misericordia con todas sus criaturas” (santa Teresa). Quien se parece a él, quien se precia de ser su hijo, tendrá que aprender a vivir en la misericordia, ser misericordioso como es él.

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