CAMINAR COMO JESÚS
“…Si uno quiere ser el primero, sea el
último de todos y el servidor de todos. Y tomando un niño, le puso en medio de
ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: El que reciba a un niño como
éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí
sino a Aquel que me ha enviado» (Mc 9,30-37).
La
discusión que sostenían entre sí los discípulos sobre quién era el más
importante supone, tácitamente el desprecio por el menos importante. Jesús
reacciona con un gesto: Toma a un niño, y lo estrecha entre sus brazos y anima
a recibir a los niños/niñas en su nombre. En efecto, lo poderoso en el mundo es
débil en el Reino.
Jesús dice que quien acoge a los niños en
su nombre en ellos le acoge a él, y, en él, a su Padre. Acoger a un niño —símbolo
de lo pequeño y desvalido— en su nombre es acogerlo a él y al Padre. El niño
carece de poder por sí solo, si se le deja solo, poco puede para hacerse valer
o reconocer. El niño es una especie de pre-figura del necesitado: el
hambriento, el desnudo, el prisionero, el marginado... Lo que hace importante y
da relevancia no es el poder o la fuerza para dominar, sino servir a los más
pequeños y despreciados. El niño solamente es importante porque otro le aúpa.
Una persona mayor debe ser autónoma, responsable, capaz de arreglárselas por sí
solo y más bien deben estar dispuestos a no depender para poder ayudar al
necesitado o al vulnerable. Conviene recordar que, en tiempos de Jesús, los
niños/niñas no gozaban de ninguna consideración; eran simples instrumentos de
los mayores que lo utilizaban como pequeños esclavos, los últimos en la escala
de los servidores.
Jesús
nos invita a caminar con él. Quien se decide a seguirle debe tener sus mismos
sentimientos y su misma actitud de servicio, la cual conlleva la entrega y la
cruz.
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