TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN
Jesús se hace presente
en medio del miedo de sus discípulos, pensaban que los judíos les harían a
ellos lo que le habían hecho a Jesús. Jesús encuentra a los apóstoles
encerrados. Tiene un gran valor simbólico subrayar que estaban con las puertas cerradas, todavía ocho
días después: quiere decir que cuesta abrirle las puertas al Señor. Parece que
las hemos abierto una vez, pero después las volvemos a cerrar. A pesar que
Jesús ha resucitado, cuesta desprenderse del miedo y de la tristeza.
Muchos
cristianos parecen pensar —como dice Evely— que tras la cuaresma y la semana
santa los cristianos ya nos hemos ganado unas buenas vacaciones espirituales. Y
si nos dicen: Cristo ha resucitado;
pensamos: qué bien. Ya descansa en los cielos. Lo hemos jubilado con una
pensión por los servicios prestados. Ya no tenemos nada que hacer con él.
Necesitó que le acompañásemos en sus dolores. ¿Para qué vamos a acompañarle en
sus alegrías? Y, sin embargo, lo esencial de los cristianos es ser testigos de
la resurrección, mensajeros de gozo.
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