SONREÍR. LA VIDA ES LUCHA
A un hombre que no encontraba ningún sentido a la vida, después del
fallecimiento de su mujer, V. Frankl le preguntó:
-¿Qué hubiera pasado si usted hubiese
fallecido antes que su esposa?
-No quiero ni imaginármelo -contestó
el hombre-. Mi mujer hubiera estado desesperada.
-Ve usted -contestó Frankl-, eso se lo ha
ahorrado a su mujer, naturalmente por el precio de que usted tiene que llorarla
ahora.
En momentos de dificultad habría que reafirmarse el deseo de vivir el
momento, dar gracias por lo que tenemos y no dar importancia a lo que no la
tiene. Y cuando abundan las sombras y no alumbra el sol, es bueno añadir una
gran dosis de esperanza y sacar de las circunstancias más adversas lecciones
positivas para que aprendamos de ellas; sin embargo, nos resulta difícil
encontrar bendiciones en las derrotas, fracasos y contratiempos. Muchas
personas, sin embargo, en momentos de terremotos, huracanes y otras desgracias,
no se concentraron exclusivamente en la pérdida, sino en lo que les había
quedado: su salud, su vida, su voluntad, su orgullo, sus hijos, la ayuda de los
vecinos, el trabajo y la fe en Dios.
Tenemos que ser conscientes de que el fracaso forma parte de nuestra
vida. Pero a diferencia del logro, del éxito, el fracaso es en nuestra sociedad
no sólo un tema del que no se habla sino incluso “el gran tabú de nuestro
tiempo”, como constata el sociólogo R. Bennet: “Existe una gran cantidad de
manuales populares sobre el camino hacia el éxito, pero casi ninguno sobre el
trato con el fracaso”. Saber encajar las derrotas es de personas sabias,
perseverantes y fuertes. Ser fuerte significa aguantar y no sucumbir. Ser
fuerte significa también saber fracasar y aprovechar las derrotas para poder
crecer.
¡Cuántas
veces nos quejamos por los problemas, las cargas y las pruebas que debemos
soportar! Pero sin darnos cuenta, esas mismas cargas, bien tomadas, pueden
convertirse en puentes y peldaños que ayuden a triunfar. Una deficiencia
cardiaca hizo de un médico un famoso cardiólogo; el impedimento físico
convirtió a un joven en un gran escritor; la timidez de un estudiante lo llevó
a ser un destacado investigador. Es bueno sacar de los males bienes y convertir
las cargas en puentes de éxito y prosperidad.
J. A.
Marina señala dos tipos de razonamientos peligrosos a la hora de afrontar un
fracaso. El primero es éste: “Si procuro hacer bien las cosas, me irá bien.
Como lo cierto es que me va mal, no lo estoy haciendo bien. Conclusión:
depresión y culpabilidad”.
Y el
segundo es semejante: “Si procuro hacer bien las cosas, me irá bien. Estoy
haciendo bien las cosas, pero me va mal. Luego el mundo es injusto. Conclusión:
cólera o indignación”. Una de las claves de una buena educación sentimental es
enseñar a asumir el fracaso. Los fracasos nos igualan a todos.
La vida es crecimiento y lucha. Es imposible vivir sin que
algo salga mal. La vida es escuela para ejercitar una serie de virtudes,
especialmente la paciencia en horas de desaliento y fracaso.
¿Y qué es fracaso? Un
divorcio, por ejemplo, se vivirá de modo muy distinto si cuando se contrajo
matrimonio se pensaba en el “para siempre” o hasta que durara. Así podemos
hablar de cualquier fracaso humano: un despido, suspender el curso, no
conseguir un trabajo, etc.
El éxito y el fracaso
están en nuestra condición humana. Los fracasos nos deben ayudar a conocernos
más, a darnos cuenta de nuestros límites, a descubrir otros aspectos que no
habíamos caído en la cuenta. El único fracaso verdadero es el no conocerse, no
aceptarse, el arrojar la toalla a la menor dificultad. Es necesario afrontarlo,
no esconderlo. “No des nunca nada por perdido”, decía Sócrates. Y es cierto,
todo es posible y todo tiene solución.
Jesús
entendió los éxitos y fracasos de una forma distinta de la gente de su tiempo.
En repetidas ocasiones repite que quien gana su vida la pierde, y que para
ganarla hay que estar dispuesto a perderla.
Habían salido los
discípulos a pescar, pero aquella noche no cogieron nada. Estaba ya
amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla, les preguntó que si tenían
pescado. Ellos contestaron: “No”. Él les dice: “Echad la red a la derecha de la
barca y encontraréis”. Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se
echó al agua” (Jn 21,1-14).
No todos los días
arribaban al puerto estos pescadores con pesca. La vida, en todos los campos,
tiene sus éxitos y sus fracasos. Los fracasos ponen a prueba nuestra ilusión,
resistencia, paciencia y constancia.
Juan reconoce en aquel
curioso desconocido a Jesús. “Es el Señor”. Y Jesús se hace presente en torno
al fuego y la comida. Jesús se hace encontradizo en las faenas de cada día:
cuando van de regreso a casa, cuando están de faena en el mar, cuando el miedo
les puede, cuando nuestro día es un total fracaso. Necesitamos reconocer a
Jesús, clavar en él nuestra mirada para no sucumbir y levantarnos de nuestros
fracasos.
Desgraciadamente hay
personas que ven fracasos y calamidades por todas partes y dicen que el mundo marcha mal y,
en parte tienen razón, no lo podemos negar. Abundan los profetas de mal de
desventuras con los que ya Juan XXIII mostraba su total desacuerdo: “Nos parece
necesario expresar nuestro completo desacuerdo con tales profetas de desgracias
que anuncian incesantemente catástrofes, como si el fin del mundo estuviera a
la vuelta de la esquina”. Estos profetas que anuncian desgracias inminentes,
viven asustados, y nada es bueno para ellos. De su boca salen lamentaciones a
cada momento: la juventud está perdida, no hay valores como antes, cada día están
peor las cosas… Y no se dan cuenta, no nos damos cuenta, que cada uno se labra
su presente y su futuro y que, a pesar de los ambientes adversos, en todos los
tiempos han surgido genios que se han sobrepuesto a situaciones trágicas.
En nuestra sociedad sobran las personas
que se dedican a quejarse y a lamentarse, anunciadoras de desgracias. No
podemos desalentarnos y quedarnos con los brazos cruzados. Cada uno está
llamado a hacer lo que buenamente pueda y está a su alcance.
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