sábado, 25 de febrero de 2017

¡Ha resucitado!


Cuando el Águila Real, solitaria sobre una altísima roca, se da cuenta de que se acerca el momento de su muerte, reúne a sus hijos, los mira uno por uno, y le dice: “Yo les he nutrido y criado para que sean capaces de fijar el ojo en el sol. Sus hermanos, que no han soportado la mirada, los he dejado morir de hambre. Pero ustedes son dignos de volar más alto que cualquier otro pájaro.
Ahora, yo estoy por dejarlos, pero no moriré en mi nido. Volaré alto, hasta donde me llevarán mis alas; me lanzaré hacia el sol, lo más cerca posible. Sus rayos encendidos quemarán mis viejas alas, y yo me precipitaré a tierra, caeré en el agua del torrente impetuoso.
Pero de aquella agua mi espíritu resucitará, presto a recomenzar una existencia nueva en cada uno de ustedes. El Águila Real no muere hasta que queda en el nido un Aguilucho Real…”
Dicho esto, el Águila emprende el vuelo en presencia de sus hijos estupefactos; da vueltas en torno a la roca, después apunta derecha hacia el altísimo azul, para quemar en el sol sus alas majestuosas. Hijos del Águila; grande y temible es vuestro compromiso en el mundo…

Leonardo Da Vinci


“El Águila Real no muere hasta que queda en el nido un Aguilucho Real…” “Yo les he nutrido y criado para que sean capaces de fijar el ojo en el sol”.

“Ya que han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba…, aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (1Co. 5,6).

Uno de los mayores logros atribuídos a los astronautas soviéticos fue, según ellos, demostrar que Dios no existía, porque no lo encontraron por el cosmos. Ellos mostraban orgullosos su prueba científica: ¡Dios no está en las nubes! Esto mismo lo proclamamos nosotros con orgullo: ¡Dios no está en las nubes!, puesto que está vivo en nuestros corazones.

“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro”. María va donde Pedro y Juan y les dice: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto…Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó” (Jn 20 1-9). La fe en el resucitado no está en encontrar el sepulcro vacío, ni las vendas por el suelo. Es algo más, es un encuentro con Cristo vivo. Por eso, todos los que lo encuentran, proclaman: ¡HA RESUCITADO!

La resurrección da sentido a todo, a la cruz, a la muerte; es la razón de todo y es el término de todo. La vida de Cristo no termina en Viernes Santo, sino en Domingo de Gloria.

De igual forma la vida del cristiano, aunque esté marcada por y con la cruz, va a terminar no en la muerte, sino en la vida. Los ojos del cristiano, no sólo tienen que mirar a la Dolorosa o al Crucificado, sino al Resucitado.

La gran prueba de que Cristo ha resucitado es que está vivo en el corazón de los cristianos y es causa de alegría, gozo y esperanza. Todo en la Pascua se reduce y se expresa en una palabra: “Aleluya”. Este es el grito de todos los creyentes, conscientes de la certeza del triunfo de la vida sobre la muerte, de la gracia sobre el pecado.

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